8.08.2008

AFFAIRE

«No eres mío, aún así
algo tuyo me pertenece.»
Silvia Rodríguez


Todo su cuerpo temblaba. Cada porción de piel se estremecía ante las caricias de aquel desconocido que luego de presentarse tras una inesperada llamada desde un teléfono público, le arrancó en dos segundos un beso sin mediar palabra alguna, para luego descubrir la vulnerabilidad de su cuerpo casi adolescente y llegar a yacer desnudo junto a ella en aquel inocuo lecho de alquiler.

Nicolás disfrutaba susurrar obscenidades al oído de Verónica, palabras sucias y vulgaridades que en otro contexto la hubiesen molestado e incluso avergonzado, pero ahora eran parte de la locura compartida dentro de la pequeña pero acogedora habitación de hotel. De antemano ellos sabían que en un posible encuentro no habría promesas ni exigencias, pero que la pasión liberada en aquel lugar quedaría tatuada en sus cuerpos y los acompañaría incluso a la conquista de otros nuevos amantes.



La noche les pertenecía: eran cómplices, totalmente cómplices. En una mirada eran capaces de reflejarse en el otro como si se tratase de viejos amantes. Ya no eran los desconocidos de algunas horas atrás, pues ya conocían lo suficiente uno del otro: Verónica… Nicolás… sus nombres de pila para ser invocados mientras se amaban sin culpa, en libertad y pleno entendimiento.

Mientras una repentina lluvia cercenaba la quietud de la noche con una simétrica cadencia fluvial, Verónica era nuevamente poseída, ahora ya sin los temores de la primera vez. Ella sabía que su amante era todo un caballero, culto y sensible; pero también conocía su exacerbada perversión sexual, pues ya le había expuesto sin tapujos lo que fantaseaba hacer luego con ella. En el fondo, era justamente esta dicotomía de ángel y bestia, lo que más le atraía a ella de la personalidad de él. Nicolás por su parte, sentía que no podía dejar de desear la tibieza y blancura de la piel de su hermosa amante, de disfrutar cada gemido gutural rompiendo el silencio de la noche desbocada, de querer poseerla una y otra vez hasta desfallecer dentro de su pequeño cuerpo junto con la llegada del maldito amanecer que los separaría para siempre.