THE BEAST
El brazo seguía inmóvil, hecho mierda por aquellos agujeros que se multiplicaban cada día. Bien poco me importaba haber robado con descaro los ahorros de Jim desde el clóset, ni haber golpeado a Susan por no darme todo el dinero. La bestia exigía más. Todo el maldito cuerpo ardía y el dolor me mataba cuando no alimentaba a la bestia. En la habitación ya no existían muebles, creo que los había vendido o simplemente habían quedado olvidados luego de algún cambio sin domicilio. Odiaba a mis vecinos, odiaba especialmente su mirada bondadosa, imaginaba que si ellos no equivocaban lo hacía yo, por tanto los prefería imbéciles y yo algo así como un iluminado en desgracia, esa era la mierda que me paseaba por la mente al cruzar la puerta luego de visitar a Susan o a Candy, a quienes debía proteger constantemente de la avidez de la bestia.
Ellas se besan para mi, satisfaciendo mi voyerismo. Suelo verlas hermanadas de manos y lenguas sobre la cama o el sofá, me gusta sentir sus gemidos como notas de música concreta, como paleta en las manos de un inspirado pintor expresionista. Mientras lo hacen, suelo retratar su intimidad y voy dejando que la huella de fotografías desveladas dibuje sobre el lecho entibiado por las dos hembras en celo como la cola de un cometa que me alcanzará mientras lo sigo. Me gusta observarlas mientras desde los microsurcos giran a treinta y tres revoluciones por minuto Bessie o Billie. Debo protegerlas, pues la bestia las aguarda en cualquier rincón de la casa. Lo sé aún cuando todavía no la he visto. He pasado noches enteras buscándola desde el último rincón del sótano hasta la cocina, decenas de veces haciendo el mismo recorrido, encendiendo cada una de las luces durante la noche y abriendo las cortinas durante el día. Se que teme a la luz, y en eso nos parecemos, por ello nuestra piel se aclara cada día, por eso nuestros ojos se enrojecen al amanecer, cuando los dolores vuelven y mataríamos por la oportunidad de salvarnos de este sórdido destino.
Tratando de que la bestia no se apodere de mi, le he ofrecido a Susan, o al menos el rastro que de ella habita ese cuerpo poseído una y otra vez por los habitantes del lupanar. Candy llora sobre el cuerpo inanimado que ahora es Susan, mientras que yo sólo quiero que la bestia no habite más mis sentidos. Quiero liberarme de su ser y volver a mi yo, quiero un dealer y pincharme mientras que la Novena de Mahler suena una y otra vez.
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