11.07.2016

LUCHA DE CLASES

Antes de la tocata de los Fiscales ya habíamos acabado con las anfetas que eran para toda la noche. Más que frustración, el estado de todos era de ansiedad. Jorge seguía sin sacarse de encima el tema de tribunales, Jaime venía de dormir en el cuartel policial “por error de procedimiento”, y Tita sin volver a la casa de sus padres hace más de una semana. Es cierto que con los Fiscales habíamos descargado endorfinas y rabia, pero faltaba tocar otros límites para completar la noche.

Los proyectos hasta ese momento eran profanar el templo más cercano o asustar a algún pituco ebrio con el fierro que cargaba Jorge. Lo primero parecía tan pelotudo como canción de los Ramones y lo segundo pelotudo en sí mismo. Pero igual había que hacer algo. Era viernes.

Hay que reconstruirse a lo Artaud: vivir desde el no ser de la carne, decía Tita, con la autoridad que le daba a su discurso el puto año que estuvo en la universidad. Sólo buscábamos un trozo de ultraviolencia, citando a Burgess. Luego de la tocata logramos conseguir unos jales que nos mantuvieran de pie.

Después de la discusión sin sentido que tuve con Jaime, no recuerdo nada más. Sólo puedo citar algunos destellos de conciencia de que me golpeaba ese tipo alto y rubio que no paraba de maldecir mientras yo caía sobre la vereda.

Luego, aparece  Jorge con la mirada perdida diciendo en voz baja como para sí mismo: “hagámosla corta”, extrae el fierro desde su mochila, apunta a la cabeza, apreta el gatillo, y la estúpida víctima – el tipo alto y rubio que me había golpeado- salpica de rojo el pavimento.